Anecdotario del Jefe

Relatos sabrosos e inverosímiles del Gran Jefe

Tuesday, August 22, 2006

Año 1971, Lota: Viaje al Centro de la Tierra

Hace unos treinta y cinco años fuimos de vacaciones con mi familia a Concepción, a casa de mi sobrino Luis, quien vive en San Pedro. El trabajaba en las oficinas del mineral de Lota, en esa famosa industria del carbón. Era secretario de un joven ingeniero en minas, quien por su actividad debía realizar una inspección al fondo de la mina. Me invitan a que los acompañe en este recorrido, a un nuevo filón que pronto comenzaría a operar. Lota está 33.2 Km al sur de Concepción y se llega por la carretera que bordea el Golfo de Arauco.

El día señalado nos levantamos muy temprano y a las 8.00 hrs. estamos en las oficinas del ingeniero, quien nos da algunas instrucciones. Acto seguido nos lleva a un departamento donde nos entregan unos formularios que hay que leer y firmar antes de bajar a la mina. Dice el documento que nadie se hace responsable en caso de muerte, accidente o cualquier otra eventualidad. Aquí, casi arrugo y regreso a casa. No tenía idea que este viajecito era tan delicado. Entregamos los papeles firmados y nos llevan a otro departamento donde nos entregan un buzo azul cerrado hasta el cuello, botas y un par de guantes. Hay que sacarse toda la ropa y quedarse sólo con dicho buzo y las botas. De allí vamos a la lamparería donde nos proporcionan un casco de minero con una lamparilla en el frente conectada a una batería portátil adosada a la cintura por un fuerte cinturón.

Nos encontramos afuera de las oficinas con otros mineros vestidos igual que nosotros. Todos con sus cascos puestos. Avanzamos hacia una especie de galpón metálico donde se encuentra el ascensor que nos llevará hacia las profundidades. Es una verdadera jaula donde van los mineros, una vagoneta usada para transportar carbón y nosotros, apretados como sardinas.

La bajada es vertical, de unos cincuenta metros. Se cierra la jaula y el ascensor, con ruido de fierros, cadenas y chirridos, baja rápidamente hacia la tenebrosa boca de este pozo. Pasado un rato disminuye la velocidad bruscamente y se detiene a la entrada de una galería mal alumbrada y tapizada por planchas metálicas y rieles que se internan en oscuros pasadizos excavados en la roca. Frente a nosotros se encuentran algunos montones de carbón recién extraído, vagonetas listas para subir el carbón y mucho movimiento; pero nadie habla, estos mineros se "juntan solos”, cada uno con sus problemas. La mina produce una especie de ansiedad y temor que es imposible de explicar.

De la galería bastante alta y amplia, sólo se distingue parte de las vigas de la techumbre cruzada por maderos. Se puede caminar erguido libremente por los costados de la vía. Unos 50 metros adelante, un túnel iluminado y bien revestido en sus paredes, nos indica que ése es el camino hacia el filón que nos espera en las profundidades de la tierra. Nos subimos a un tren eléctrico, (que se encarga de transportar las vagonetas con carbón hasta el ascensor), que llega sólo hasta la mitad de nuestro recorrido hasta el fondo de la mina.

Unos cuantos kilómetros en tren y ahora avanzamos a pie. La luz se hace más tenue y los focos están más separados. El túnel comienza a descender lentamente con una pendiente de unos 15 grados. Ya estamos bajo el océano Pacífico, las paredes de la galería nos permiten ver las cortantes aristas del muro de carbón. La galería poco a poco comienza a estrecharse, y aparecen los puntales de madera que sostienen el techo de la excavación. Ahora sólo podemos avanzar inclinados, el piso de la mina es áspero y la humedad se hace sentir en las paredes y en el ambiente.

Al comenzar el descenso, las paredes laterales permanecen en la oscuridad, sólo una luz muy débil nos indica el camino. Los túneles se bifurcan y los mineros siguen por el que está iluminado. El ingeniero, mi sobrino, dos mineros y yo, seguimos por el otro túnel, el que no está iluminado y por el cual sólo se puede avanzar gracias a la luz que nos proporcionan nuestros cascos con sus pequeños focos.

El ingeniero nos pide que apaguemos nuestras luces y que tratemos de mirarnos las manos: no vemos absolutamente nada, a pesar de sentir las manos frente a los ojos. Esto es lo que los mineros denominan: “la oscuridad del ciego”.

Avanzamos cinco kilómetros bajo el mar. Me doy cuenta que tengo el mayor océano del planeta sobre mi cabeza y pienso: “¿Quién me mandó a venir a este infierno?” Ahora vamos agachados y de repente una pared de roca y carbón nos impide el paso. En su parte inferior hay una cavidad de unos 80 centímetros de diámetro, que la conecta con otra galería más amplia e iluminada. Para llegar a ese lugar, hay que arrastrarse un par de metros. Allí los mineros, en un espacio mucho mayor, conversan y toman su colación tranquilamente.

Al comenzar nuestra caminata por la galería estrecha y sin iluminación, el ingeniero nos hace esta recomendación: “Si por alguna razón se pierden o quedan solos, no entren en pánico, sólo traten de caminar hacia donde viene la tenue corriente de aire. Este flujo de aire debe darnos siempre en la cara, eso indica que vamos hacia donde están los ventiladores, que son inmensos y están ubicados al comienzo de la galería. Si el aire nos pega en la nuca quiere decir que nos vamos alejando de la entrada de la mina”. Inmediatamente me coloco entre el ingeniero y mi sobrino y nadie me sacó de ese lugar, sólo faltó que los tomara de las manos.

Cuando estábamos listos para pasar arrastrándonos por la pequeña abertura, el ingeniero me advierte que no mire hacia arriba y que avance rápido, obviamente esto fue lo primero que se me ocurrió. Di vuelta mi cabeza como pude en ese reducido espacio y la luz de mi foco me mostró la roca desnuda con amenazadoras puntas de carbón y piedra que apuntaban tenebrosas hacia mi cara. Sentí un gran pánico pensando en un temblor o bien en un pequeño agujerito muy chiquito que dejara entrar un poquito de las toneladas de agua del océano que estaba sobre mi cabeza. Estábamos a siete u ocho kilómetros bajo el mar.

Hemos llegado a un nuevo túnel donde pronto los apuntaladotes afianzarán esta galería que acerca la excavación al muro de la veta. Algunos mineros están el plena faena de sacar el carbón mediante una herramienta con forma de picota, que usada correctamente, desprende los trozos de carbón que son ubicados mediante carretillas de mano en la cinta transportadora que los llevará a la superficie, kilómetros más arriba, para después cargarlos en las vagonetas del ferrocarril eléctrico que termina en la jaula-ascensor para ser llevados a la superficie.

Cuando estábamos en el pique pregunté al capataz cómo desprendían el carbón con la picota. "Esto tiene su maña y su técnica", fue su respuesta. Puso una picota en mi mano y me indicó cómo hacerlo. Arrodillado en el túnel le di tres o cuatro golpes a un trozo de carbón, con tan buena suerte que le arranqué a la mina un buen trozo. Le pregunto al ingeniero si puedo llevarlo a mi casa como recuerdo de mi aventura. Me dice que ése era mi premio por la osadía de llegar al fondo del pique sin ser minero. Con el trozo de carbón como recompensa y equilibrándome en la cinta transportadora llegué hasta donde estaban las vagonetas que nos acercarían al ascensor que no llevaría de regreso al aire libre.

La cinta transportadora del material es una banda de goma muy resistente, como de un metro de ancho que está en constante movimiento y es la que permite que los trozos de carbón lleguen a una especie de subestación ubicada cientos de metros más arriba, donde se van vaciando en las vagonetas del tren eléctrico. Los mineros aprovechan esta cinta para regresar, equilibrándose en ella hasta los vagones desde la profundidad de los piques. Se requiere práctica y equilibrio para hacerlo, ya que la cinta no se detiene y hay que subirse sólo alumbrado con la luz del casco. Yo, muy canchero, traté de subirme antes que mi sobrino por miedo de quedarme solo, al último y a oscuras. Lógicamente me fui de hocico y por suerte mi sobrino me afirmó, de todos modos fui el único que regresó sentado sobre el carbón.

En la explanada más amplia, se llenan las vagonetas con carbón, ahí, junto al material sacado de la mina regresamos en este tren del carbón hasta el vetusto ascensor que nos regresó a la luz del día. Llegamos a las oficinas de la administración, después de las cuatro de la tarde, muy cansados, cubiertos de transpiración e impregnados del polvillo del carbón, el cual me costó varios días poder retirar completamente de mi cuerpo y rostro, debido a que este polvillo sutil e impalpable se adhiere a la cara sudorosa de quienes se atreven a caminar por las galerías de la mina.

Ahora, después de tantos años puedo contar esta historia con mucho sentimiento. Fui al fondo de la mina y regresé para contar esta aventura. El trozo de carbón que le arranqué a la mina, lo puse al lado del televisor, como un verdadero trofeo. Mi idea era ubicarlo en una tabla barnizada para que resaltaran sus vetas y aristas. Por mucho tiempo el carbón permaneció en el living de mi casa y me daba la posibilidad de contar esta historia, para "quebrarme" con mis amigos. Pero nada es eterno y un día de invierno mi señora había hecho un poco de fuego en un pequeño brasero, y no encontró nada mejor que ocupar el trozo de carbón para alimentar las brasas. Cuando la felicité por el agradable calorcito me contó muerta de la risa que todo el mérito era del pedacito de carbón que había traído de Lota.

Desde el pique de una mina hasta el cerro Los Placeres donde yo vivo, este trozo de carbón recorrió muchos kilómetros para proporcionar algunos minutos de calor.

Este relato no habría sido posible sin el entusiasmo, capacidad y conocimientos de mi hijo Nelson, y la paciencia, buena voluntad, además del cariño de Macarena. Gracias a ambos por el esfuerzo y por el trabajo realizado.

Por mi parte, no me queda más que agradecer a la vida, una vez más, por hacerme vivir tantas aventuras y poder recordar este episodio.

¡Magnífico!

Gracias amigo.

3 Comments:

  • At 9:37 AM, Anonymous Anonymous said…

    excelente relato carlitos...te felicito.
    avmb.

     
  • At 10:01 PM, Anonymous Anonymous said…

    buen trabajo jefe
    lo vamos a postular al nacional de literatura

    me pregunto....

    no le habran quemado tambien el librito de tangos ??
    ....ah la puse dura !!

    ronnie

     
  • At 6:54 PM, Anonymous Anonymous said…

    Exelente narrativa,....al Novel...
    Un detalle...
    Amigo, y a mi por una picante parrilla que me facilito, me empapelo a garabatos y no le habia costado tanto como el carbon.
    No es justo, y todavia me la cobra.
    Atte.
    Ahijado number two.

     

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