Anecdotario del Jefe

Relatos sabrosos e inverosímiles del Gran Jefe

Monday, February 22, 2016

Rescate en Infiernillo


Los nombres de los personajes han sido cambiados para mantener el anonimato de los protagonistas y sus familias, si alguien se siente identificado es una simple coincidencia.

En un ignoto lugar del sur de Chile, cuatro casas, un puente, un río, una plaza y un cementerio, forman un hermoso y tranquilo pueblito abandonado de la mano de Dios, un caserío llamado Licantén.

En este pueblo estaba la residencia de un señor apodado Tururo, quien vivía con su esposa y sus tres hijos: un varón, al que llamaremos Clavel y dos hermosas niñas, una jovencita llamada Martita y una adorable niña a quien llamaremos Paulita.

Un día domingo de una tarde de verano, la familia del señor Tururo estaba acompañada por una pareja de viejos amigos de Valparaíso, un distinguido y excéntrico personaje apodado El Jefe y su señora, la doctora Corazón. Juntos, decidieron dar un paseo por la hermosa playa de Infiernillo, cerca de Iloca, para disfrutar de las delicias del aire marino.

Se trasladaron a la playa en una camioneta 4x4 de última generación, conducida magistralmente por el señor Tururo. Al llegar, las tres damas iniciaron un paseo por las dunas atestadas de turistas que copaban con sus vehículos la playa de estacionamiento, los que sólo dejaban un pequeño espacio para entrar a las dunas.

El Jefe y el joven Clavel jugaban al aburrido (juego inventado años antes en la residencia del Jefe) con mucho entusiasmo por el calor insoportable, haciendo apuestas sobre qué auto quedaría enterrado en la arena. El señor Tururo decidió sabiamente que tomar una siesta al volante de su coche sería la mejor opción.

De pronto se desencadenó la tragedia que da origen a esta historia: Un todoterreno marca Isuzu color rojo, con un joven con cara de “pillo” al volante, una señora y un infante tomaron ubicación para entrar a la playa por las dunas, con la suficiencia de un experto. El joven Clavel aseguró que pasaría por las dunas sin problemas. El Jefe, más cauto y más zorro, puso en duda la afirmación del inexperto joven y aseguró que se enterraría antes de avanzar tres metros. El señor Tururo despertó de su tranquilo sueño y sentenció irónicamente que estaría enterrado antes de cinco metros; tras lo cual acomodó nuevamente su anatomía en el asiento del vehículo y siguió durmiendo plácidamente. El todoterreno en cuestión avanzó como cinco metros y se enterró hasta la caja de cambios en la arena. El inexperto chofer se quedó mirando el techo, la criatura lloraba como contratada y la veterana empapeló a garabatos a su acompañante.

El atardecer anunciaba la pronta llegada de la noche y la oscuridad, a cada momento se asentaba más sobre el paisaje. Cuando todo parecía perdido, después de muchos esfuerzos por sacar el vehículo de la arena, unos simpáticos y alegres jovencitos que recorrían la playa en un espectacular 4x4 de competición, fueron al recate, con muy buena voluntad para alivio de quienes miraban con gran preocupación este acontecimiento. Estos simpáticos jóvenes colocaron con gran maestría un remolque y tiraron con gran seguridad el auto enterrado en la arena sacándolo de un solo tirón hasta un arenal cercano donde se volvió a enterrar como a quince metros de tierra firme. Rápidamente los traviesos jóvenes sacaron el remolque y se fueron, dejando a todos con la boca abierta y la cara llena de asombro al ver el vehículo más enterrado que tesoro de pirata. Entonces, cuando se había perdido toda esperanza, y para buena suerte de los siniestrados, el señor Tururo despertó de su letargo y, siguiendo los impulsos de su noble corazón, decidió intervenir, al ver que el Jefe ya comenzaba a hacerse cargo de la angustiosa situación. Estudiando en el terreno mismo este complejo problema, el señor Tururo se acercó al Jefe y luego de aplicarle dos coscorrones al inepto conductor y sacarlo a tirones del volante del 4x4, se ubicó en el asiento del conductor intentando varias maniobras de rescate con su gran experiencia y sabiduría, lamentablemente sin éxito alguno. Entonces, de pronto se le iluminó la ampolleta al señor Tururo y, acompañado por su hijo Clavel y la señorita Paula, salieron raudos del pantanoso arenal y en espectacular maniobra, fueron a buscar un fuerte lazo a casa de un huaso amigo que vivía en un fundo cercano llamado Duao. La señora Ely y la señora Marta tomaron asiento en la arena de la playa gozando de los últimos rayos que el sol desparrramaba como un chorro de llamas sobre la playa mientras que desde un árbol cercano un jilguero endulzaba el suave viento con su canto liviano de melodías y trinos.

Con gran personalidad y don de mando, el Jefe se dirigió donde los ocupantes del 4x4 que tomaban caldo de cabeza, los mandó a juntar algunas tablas y ramas que estaban apiladas a la orilla del camino. Naturalmente, nadie infló al viejito intruso y no le dieron ni pelota, por lo cual este caballero arrastró por sus propios medios algunos palitos y remitas menores indicando a los ocupantes del vehículo enterrado que despejaran las ruedas para hacer un camino hacia delante. De pronto, el silencio de la tarde se rompió con el ruido de un motor, apareciendo raudo y veloz el 4x4 del señor Tururo que, en una elegante maniobra, entró en las dunas ubicándose en la posición correcta de rescate en la parte trasera del vehículo enterrado. El joven Clavel con gran destreza amarró el remolque en ambos vehículos y solicitó la aprobación del Jefe, que a prudente distancia vigilaba y analizaba las dificultades de esta operación. El señor Tururo se subió al vehículo enterrado y sin decir “agua va”, puso en marcha el motor y de un solo tirón -que casi desarmó el pequeño jeep- lo sacó, moviéndolo como media cuadra, hasta unas dunas más duras. Lo más espectacular de la maniobra, fue que el Jefe había dispuesto ramas y tablas para remolcarlo hacia delante, pero el porfiado del Tururo lo sacó hacia atrás, dejando al Jefe haciendo en soberano ridículo.

Se detuvieron los dos vehículos lejos del camino, enterrados levemente en un piso más firme. La emoción y la ansiedad, además del temor, dominaban la tarde. Entonces, el señor Tururo se dirigió al joven Clavel que esperaba impaciente y le dio la siguiente instrucción: “Mantenlo acelerado, no pases ningún cambio, dale parejo y si sientes que se entierra, para de inmediato”. El joven Clavel con cara de loco, como cabro chico con un juguete nuevo, se puso al volante del vehículo y lo sacó como a 100 kilómetros por hora gritando como poseído. Con las mechas al viento, los ojos desorbitados y haciendo señas con una mano, pasó todos los cambios en un segundo y se deslizó por la arena traicionera con una sonrisa de oreja a oreja, llegando triunfal hasta el camino pavimentado en medio de los aplausos del público. El joven Clavel con su ego por el cielo, se bajó del 4x4 más inflado que globo atmosférico y cedió el control del vehículo al conductor causante de este incidente, quien aún no salía de su asombro. El señor Tururo se había quedado en segundo plano, ya que todos se dirigieron donde se encontraba el Jefe y con entusiasmo y admiración lo felicitaban por el éxito de esta complicada operación de rescate .


Y colorÍn colorado esta historia se ha acabado.

2 Comments:

  • At 2:33 PM, Anonymous Anonymous said…

    Un relato interesante, entretenido y espectacular. El señor jefe dominó la situación y se mantuvo al margen como un héroe anónimo.
    Me emocionó leer esta historia.

     
  • At 2:36 PM, Anonymous Anonymous said…

    Seguramente esta historia ocurrió hace muchos años y el camino no era pavimentado.
    Muy interesante con un final feliz.
    Felicitaciones al autor del reportaje.

     

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