Rescate en Infiernillo
Los nombres de los personajes han sido cambiados para mantener el
anonimato de los protagonistas y sus familias, si alguien se siente
identificado es una simple coincidencia.
En un ignoto lugar del sur de Chile, cuatro casas, un puente, un río,
una plaza y un cementerio, forman un hermoso y tranquilo pueblito abandonado de
la mano de Dios, un caserío llamado Licantén.
En este pueblo estaba la residencia de un señor apodado Tururo, quien vivía con su esposa y sus tres hijos: un varón, al que llamaremos Clavel y dos hermosas niñas, una jovencita llamada Martita y una adorable niña a quien llamaremos Paulita.
Un día domingo de una tarde de verano, la familia del señor Tururo
estaba acompañada por una pareja de viejos amigos de Valparaíso, un distinguido
y excéntrico personaje apodado El Jefe y su señora, la doctora Corazón. Juntos,
decidieron dar un paseo por la hermosa playa de Infiernillo, cerca de Iloca,
para disfrutar de las delicias del aire marino.
Se trasladaron a la playa en una camioneta 4x4 de última generación,
conducida magistralmente por el señor Tururo. Al llegar, las tres damas
iniciaron un paseo por las dunas atestadas de turistas que copaban con sus
vehículos la playa de estacionamiento, los que sólo dejaban un pequeño espacio para
entrar a las dunas.
El Jefe y el joven Clavel jugaban al aburrido (juego inventado años
antes en la residencia del Jefe) con mucho entusiasmo por el calor
insoportable, haciendo apuestas sobre qué auto quedaría enterrado en la arena.
El señor Tururo decidió sabiamente que tomar una siesta al volante de su coche
sería la mejor opción.
De pronto se desencadenó la tragedia que da origen a esta historia: Un
todoterreno marca Isuzu color rojo, con un joven con cara de “pillo” al
volante, una señora y un infante tomaron ubicación para entrar a la playa por
las dunas, con la suficiencia de un experto. El joven Clavel aseguró que pasaría
por las dunas sin problemas. El Jefe, más cauto y más zorro, puso en duda la
afirmación del inexperto joven y aseguró que se enterraría antes de avanzar
tres metros. El señor Tururo despertó de su tranquilo sueño y sentenció
irónicamente que estaría enterrado antes de cinco metros; tras lo cual acomodó
nuevamente su anatomía en el asiento del vehículo y siguió durmiendo plácidamente.
El todoterreno en cuestión avanzó como cinco metros y se enterró hasta la caja
de cambios en la arena. El inexperto chofer se quedó mirando el techo, la
criatura lloraba como contratada y la veterana empapeló a garabatos a su
acompañante.
El atardecer anunciaba la pronta llegada de la noche y la oscuridad, a
cada momento se asentaba más sobre el paisaje. Cuando todo parecía perdido, después
de muchos esfuerzos por sacar el vehículo de la arena, unos simpáticos y
alegres jovencitos que recorrían la playa en un espectacular 4x4 de competición, fueron al recate, con muy buena voluntad para alivio de quienes miraban con gran
preocupación este acontecimiento. Estos simpáticos jóvenes colocaron con gran
maestría un remolque y tiraron con gran seguridad el auto enterrado en la arena
sacándolo de un solo tirón hasta un arenal cercano donde se volvió a enterrar
como a quince metros de tierra firme. Rápidamente los traviesos jóvenes sacaron
el remolque y se fueron, dejando a todos con la boca abierta y la cara llena de
asombro al ver el vehículo más enterrado que tesoro de pirata. Entonces, cuando
se había perdido toda esperanza, y para buena suerte de los siniestrados, el
señor Tururo despertó de su letargo y, siguiendo los impulsos de su noble
corazón, decidió intervenir, al ver que el Jefe ya comenzaba a hacerse cargo de
la angustiosa situación. Estudiando en el terreno mismo este complejo problema,
el señor Tururo se acercó al Jefe y luego de aplicarle dos coscorrones al
inepto conductor y sacarlo a tirones del volante del 4x4, se ubicó en el
asiento del conductor intentando varias maniobras de rescate con su gran
experiencia y sabiduría, lamentablemente sin éxito alguno. Entonces, de pronto
se le iluminó la ampolleta al señor Tururo y, acompañado por su hijo Clavel y
la señorita Paula, salieron raudos del pantanoso arenal y en espectacular
maniobra, fueron a buscar un fuerte lazo a casa de un huaso amigo que vivía en
un fundo cercano llamado Duao. La señora Ely y la señora Marta tomaron asiento
en la arena de la playa gozando de los últimos rayos que el sol desparrramaba
como un chorro de llamas sobre la playa mientras que desde un árbol cercano un
jilguero endulzaba el suave viento con su canto liviano de melodías y trinos.
Con gran personalidad
y don de mando, el Jefe se dirigió donde los ocupantes del 4x4 que tomaban
caldo de cabeza, los mandó a juntar algunas tablas y ramas que estaban apiladas
a la orilla del camino. Naturalmente, nadie infló al viejito intruso y no le
dieron ni pelota, por lo cual este caballero arrastró por sus propios medios algunos
palitos y remitas menores indicando a los ocupantes del vehículo enterrado que
despejaran las ruedas para hacer un camino hacia delante. De pronto, el
silencio de la tarde se rompió con el ruido de un motor, apareciendo raudo y
veloz el 4x4 del señor Tururo que, en una elegante maniobra, entró en las dunas
ubicándose en la posición correcta de rescate en la parte trasera del vehículo
enterrado. El joven Clavel con gran destreza amarró el remolque en ambos
vehículos y solicitó la aprobación del Jefe, que a prudente distancia vigilaba
y analizaba las dificultades de esta operación. El señor Tururo se subió al
vehículo enterrado y sin decir “agua va”, puso en marcha el motor y de un solo
tirón -que casi desarmó el pequeño jeep- lo sacó, moviéndolo como media cuadra,
hasta unas dunas más duras. Lo más espectacular de la maniobra, fue que el Jefe
había dispuesto ramas y tablas para remolcarlo hacia delante, pero el porfiado
del Tururo lo sacó hacia atrás, dejando al Jefe haciendo en soberano ridículo.
Se detuvieron los
dos vehículos lejos del camino, enterrados levemente en un piso más firme. La
emoción y la ansiedad, además del temor, dominaban la tarde. Entonces, el señor
Tururo se dirigió al joven Clavel que esperaba impaciente y le dio la siguiente
instrucción: “Mantenlo acelerado, no pases ningún cambio, dale parejo y si
sientes que se entierra, para de inmediato”. El joven Clavel con cara de loco,
como cabro chico con un juguete nuevo, se puso al volante del vehículo y lo
sacó como a 100 kilómetros por hora gritando como poseído. Con las mechas al
viento, los ojos desorbitados y haciendo señas con una mano, pasó todos los
cambios en un segundo y se deslizó por la arena traicionera con una sonrisa de
oreja a oreja, llegando triunfal hasta el camino pavimentado en medio de los
aplausos del público. El joven Clavel con su ego por el cielo, se bajó del 4x4
más inflado que globo atmosférico y cedió el control del vehículo al conductor
causante de este incidente, quien aún no salía de su asombro. El señor Tururo
se había quedado en segundo plano, ya que todos se dirigieron donde se
encontraba el Jefe y con entusiasmo y admiración lo felicitaban por el éxito de
esta complicada operación de rescate .
Y colorÍn colorado esta historia se ha acabado.
2 Comments:
At 2:33 PM, Anonymous said…
Un relato interesante, entretenido y espectacular. El señor jefe dominó la situación y se mantuvo al margen como un héroe anónimo.
Me emocionó leer esta historia.
At 2:36 PM, Anonymous said…
Seguramente esta historia ocurrió hace muchos años y el camino no era pavimentado.
Muy interesante con un final feliz.
Felicitaciones al autor del reportaje.
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