Anecdotario del Jefe

Relatos sabrosos e inverosímiles del Gran Jefe

Wednesday, September 13, 2006

Año 1985, Valparaíso: Periplo a la Capital

No quería contar esta historia para no perjudicar la imagen de los implicados, que ahora son honorables ciudadanos de intachable conducta. Pero hay muchas versiones de lo que realmente sucedió y se me ha pedido insistentemente que cuente cómo realmente pasaron las cosas en aquel mítico viaje a la capital. He aquí mi versión:

Desde hace mucho tiempo me estaba preparando para ir a Santiago, al Estadio Nacional a ver jugar al eterno campeón, me refiero a Colo Colo. Preparar este viaje me significó varios meses de estudio, además, tenía que contar con las personas idóneas, educadas, de buena conducta, sin vicios y de cierta capacidad económica.

Para mi buena suerte, tengo un ahijado americano que estaba de vacaciones en Chile, y que además habla cuatro idiomas. Él tenía arrendado un auto (en regulares condiciones) por unos días, lo que lo ubicaba como invitado número uno, a pesar que de fútbol no tenía idea. Mi ahijado contaba con dos amigotes que reunían las condiciones exigídas para hacer el viaje. Se suponía que eran personas serias y tranquilas, y que no les gustaba el trago.

Uno era el Gaby, alias “el Barba”, joven abogado, de bajo perfil. El otro era el Wlady, alias “el Pelao”, ex jugador de fútbol, dirigente de algunos clubes de barrio. Mi ahijado es una persona seria, no practica deportes, es dueño de varias ópticas y no tiene alias ni apodo conocido.

Organizo el paseo, juntamos las platas y nos vamos de viaje, mi ahijado al volante, yo voy como su copiloto y atrás toma colocación el Sr. Wlady con el Sr. Gaby. Ellos llevan varias latas de cerveza cada uno, me dicen que viajar les da mucha sed.

Al llegar a la capital, el Sr. Wlady toma el mando del vehículo y nos hace un tour por el barrio alto, después se luce con su conocimiento de paseos y avenidas, y nos hace una rápida pasada por los suburbios y lugares poco santos de la ciudad.

Como ya estábamos aburridos y lateados, le insistimos que antes de entrar al estadio queríamos comer algo. Aquí el Wlady muestra la hilacha: después de acercarnos al estadio se instala al lado de una señora que vendía algunos alimentos y, muy suelto de cuerpo, le pide cuatro “sanguches de potito” con ají. Esto fue un verdadero insulto a mi intelecto ya que nunca antes había comido cosas compradas en la calle, menos fuera de un estadio. Pero el Wlady y el Gaby gozaban con este pan redondo con tomate, palta y un espectacular pedazo de cerdo, con bastante ají y mayonesa. Mi ahijado y yo sólo degustamos la mitad de esta bomba de colesterol, la otra mitad adivinen quién se la comió… Por suerte ya comenzaba el partido y entramos a tribuna Andes, donde disfrutamos de un buen partido amenizado por los comentarios del Pelao que algo sabía de fútbol y por las cabezas de pescado que hablaba el Barba, quien no sabía nada de fútbol y creía que la pelota daba botes porque tenía un conejo adentro. Mi ahijado, como es americano, sólo sabe de béisbol y rugby; y como es de profesión óptico, sólo se dedicaba a mirarle los ojos a las niñas.

Al salir del estadio, al señor Wlady se le ocurre que es conveniente hacer un recorrido por la periferia de Santiago y visitar algunos lugares de dudosa reputación, donde él es muy popular. Para convencer a los otros inocentes integrantes de este grupo, argumenta que no hay problema en que nos tomemos unos traguitos, total el Jefe (yo) no toma y puede conducir sin ninguna dificultad en el viaje de regreso a Valparaíso.

Así fue como comenzó esta noche de juerga. Asesorados por Wlady fuimos a rematar a una quinta de recreo donde este señor era realmente muy conocido, porque no se explica de otra manera que lo saludaran todos los garzones, se metiera en la cocina y finalizara su recorrido en el bar, preparándonos los tragos. Después de media noche, el hombre quería seguir la jarana, pero nos opusimos tenazmente a su idea ya que le había “entrado agua al bote” y se estaba poniendo algo borroso.

A las dos de la madrugada decidimos parar la farra y pedimos la cuenta, inmediatamente todos se “quedaron” dormidos y no hubo forma de despertarlos. No recuerdo cómo logramos salir de este antro, fue una suerte que no nos hubieran robado el auto. Con mi ahijado acomodamos los “bultos” de nuestros amigos en el asiento posterior y raudamente emprendimos el regreso al puerto. Yo venía al volante, mi ahijado se quedó dormido y lógicamente cuando hubo que pagar el peaje nadie despertó. El sueño es cosa seria cuando se trata de pagar alguna cuenta.

Pasamos por Curacaví y aquí viene el “condoro”: estaban arreglando el camino y había un desvío no muy bien señalizado que indicaba un trecho de dos pistas para luego retomar el camino correcto. Yo me “como” todas las indicaciones y sigo rumbo al puerto. En el tramo Curacaví-Casablanca algunos camiones me hacían señales con las luces y yo contestaba muy contento sus saludos. Uno me indicó que bajara el vidrio y me empapeló a improperios, alcancé a escuchar que se acordó hasta de mi mamá.

El camino estaba en reparaciones y no se podía avanzar muy rápido. Me preocupó la insistencia de los vehículos que venían en sentido contrario el hacerme cambio de luces. De repente se me “enciende la ampolleta” y comienzo a mirar el costado de la carretera, me doy cuenta que los árboles están muy lejos del camino. Entonces, en una arriesgada maniobra, me tiro a la improvisada berma para tratar de ubicarme. En ese momento despierta el señor Gaby y grita como enajenado mental: “¡Jefe, vamos contra el tráfico!”. Se despiertan mi ahijado y el señor Wlady, ahí mismo se les espanta la cura y me dicen angustiados: “¡Qué está haciendo Jefe! ¡Va contra el tráfico! ¡Fíjese en los carteles de publicidad, están allá, al otro lado!" Enciendo la luz interior del auto y de mirarles la cara de espanto y el color blanco ceniza de susto, no aguanto las ganas de reírme. Por suerte, entre los cuatro mirando atentamente, logramos descubrir un pequeño derrotero que comunicaba ambas vías y por ahí logramos entrar de nuevo al camino correcto. Cuando se sintieron seguros los asustados pasajeros, recuperaron el habla y aprovecharon de subirme al columpio durante todo el viaje.

Llegamos a Casablanca sin novedad, y luego a Valparaíso, hasta el cerro Los Placeres —donde vivo— que nos acogió cálidamente luego de esta tenebrosa aventura. A pesar de los años que han pasado, todavía me cargan con esta anécdota y me increpan: “¡Jefe, cuándo organiza un viaje a Santiago otra vez!”. También me preguntan si el carné de chofer me lo saqué en una rifa o si me lo regalaron en el circo del Tony Caluga.

El Jefe

ADVERTENCIA: algunos nombres y lugares han sido cambiados para proteger la identidad de los involucrados.

Los editores

Monday, September 11, 2006

Año 1950, Coquimbo: Jugando Básquetbol

Es mi segundo día embarcado en el destructor Serrano, estamos en el puerto de Coquimbo. Son las 10 de la mañana y estoy en la enfermería del buque cuando aparece el “Chino” Olivares con una pequeña herida en su mano. Mientras le estoy haciendo la curación, me pregunta si voy a ir a tierra con el resto de la tripulación al gimnasio del puerto, pues el buque debía defender el campeonato de básquetbol con una de las divisiones del acorazado Latorre. El “Chino” Olivares me dice muy entusiasmado: “Tu juegas bastante, ¿porqué no participas con nosotros? A lo mejor salimos campeones y como a ti no te conocen, no se imaginan la sorpresa que les vamos a dar”. Le respondo que hace muchos años que no juego, que no tengo zapatillas, que además no quiero jugar porque voy a ir a conocer Coquimbo, y que además a mí me trajeron para jugar fútbol. Se va de la enfermería y a los 15 minutos llega un marino con la orden que me presente al Segundo Comandante. Voy a su oficina, me queda mirando y me pregunta: “¿Qué número de zapatillas usas para jugar?” Yo le respondo algo asustado: “Mi Comandante, hace muchos años que no juego...”. Me dice: “Yo te pregunté por el número de zapatillas que usas”. Le respondo otra vez: “39 mi Comandante”. Me dice: “Enviamos un par con el equipo del buque, ahora te cambias ropa y a las 10.30 hrs. quiero a todo el equipo formado frente al portalón”. Y así fue, a esa hora estábamos todos listos para el duelo con el Latorre.

Nos fuimos a la cancha y Olivares se hacía el “gil”, el resto del equipo me miraba como pájaro raro mientras nos preparábamos para el partido. Me preguntaron de qué jugaba y por qué equipo. Había un subteniente que se creía estrella, daba instrucciones, nos aconsejaba y dirigía como si el equipo fuera de él. Obviamente yo no lo pescaba ni en bajada, pensando que como nadie me conocía iría a la banca todo el partido y nunca jugaría.

Debo aclarar que dos años antes, en 1948 había sido seleccionado juvenil de Valparaíso y que jugaba en Primera División en la Asociación de Básquetbol del puerto, lo cual me colocaba muy por encima de mis compañeros de equipo, técnicamente hablando.

Salimos a la cancha, siempre los basquetbolistas practican lanzando tiros libres y le ponen color. Comienzo a correr y el subteniente me tira una pelota alta, la atrapo en el aire, hago un doble ritmo y encesto, luego voy por el otro lado y encesto con la izquierda, lo hago varias veces y nunca fallo. Después lanzamos desde una posición fija y los encesto casi todos. El Chino Olivares se reía y me decía: “Tienes loco a mi Teniente con esas demostraciones de puntería y habilidad”. Fui titular indiscutido. Me miraban con asombro y comentaban: “Este huevón también juega bien al básquetbol”.

Al final ganamos y encesté muchas veces. Además de velocidad, tenía muy buena puntería y sabía jugar. El comentario en el buque era que el enfermero se las “había mandado”. Después de la victoria, el Comandante del destructor me felicitó delante de toda la tripulación. Esta actuación aumentó mi fama, algo que no tenía ninguna gracia, ya que yo era un jugador consagrado y mis compañeros de equipo eran sólo aficionados.

El subteniente trataba de ser amigable y comentaba las jugadas y los goles que había encestado. Como yo no lo “inflaba”, al final me regaló las zapatillas que me habían prestado.

Nunca más jugué básquetbol por el buque. Solamente cuando jugaba fútbol por Naval de Talcahuano, participé en la competencia de la zona por un equipo de la Base. Después, a mitad de competencia, Naval nos prohibió seguir jugando y el básquetbol me dejó para siempre.

Estuve nueve meses embarcado en el destructor. Los oficiales me tenían buena. El Comandante me protegía y trató por todos los medios de hacerme más fácil la vida a bordo. Fue una suerte para mí estar en tan buen buque, con tantos amigos y con tan buenos oficiales. Lo pasé muy bien, pero nunca me acostumbré.

Cuando regresamos de Punta Arenas me desembarcaron en Talcahuano, ya que Naval me había pedido de refuerzo. No regresé a Valparaíso pese a que me lo habían prometido. Me quedé un año en Naval, gran equipo. Fuimos campeones del Campeonato Regional de la Zona Sur, competencia que en esa época era tan importante como la del fútbol profesional. De eso puedo estar orgulloso.

Como un merecido homenaje después de 50 años, quiero nombrar por sus apodos y apellidos a quienes escribieron la verdadera y gloriosa historia de un equipo tan querido y popular como lo fue Naval de Talcahuano. La famosa hinchada que acompañó por tantos años al equipo en el estadio El Morro de Talcahuano, recordará con emoción, cariño y nostalgia estos nombres que les dieron tantos triunfos y alegría.

Esta es la lista de los jugadores y de sus correspondientes apodos: el “Chino” Olivares, el “Loco” Roa, el “Rucio” Nourdin, el “Pelao” González, el “Loco” Lewis, el “Cordero” Vera, el “Caballo” Aedo, el “Chancharra” Leal, el “Chepe” García, el “Chico” Pillado, el “Lenguado” Saavedra, el “Soquete” González, el “Pinga” Bravo, el “Chiporro” Weber y Felipe Coloma. El entrenador era Don Amadeo Silva y el ayudante y masajista era el gran “Pepe” Sandoval.

A estos grandes amigos y jugadores los conocí con motivo de haber sido seleccionado por la Armada en el año 1950, para participar en la Olimpiada Militar de ese año, en que también intervenían el Ejército y la Aviación. Se jugó en Talcahuano y salió campeón la Armada.

Después, en el año 1952, volví a integrar el plantel de Naval, que fue campeón regional de la ciudad de Concepción, con 26 victorias, 6 empates y una sola derrota. 70 goles a favor y 27 en contra.

A la distancia y después de tantos años, renuevo mi afecto y amistad, especialmente por Manuel Roa, Raúl Aedo, Mario Olivares, José García, Felipe Coloma y Eduardo Lewis. Se me hincha el pecho de emoción y orgullo de haber jugado en Naval.

El Jefe