Anecdotario del Jefe

Relatos sabrosos e inverosímiles del Gran Jefe

Friday, December 22, 2006

Año 1989: Mi Perro Bandido

Corría marzo de 1989, el menor de mis hijos, Alejandro, enfermó de cuidado afectado de una hepatitis tipo A. Esta enfermedad duró poco más de tres meses y mantuvo a mi hijo en cama por muchos días.

Como una forma de ayudarlo en su recuperación, accedimos a su petición de tener un perro que lo acompañara. Por esas cosas del destino, una vecina amiga de mi señora, tenía una perrita de raza Poodle con 5 cachorritos recién nacidos. Llevamos a nuestro hijo a ver los perritos y de inmediato eligió uno que bautizó como “Bandido”, que era el nombre de un perro que actuaba en un una serie de dibujos animados del cual Janito era fanático y que se llamaba Johnny Quest.

Así fue como el perro Bandido pasó a integrar nuestra familia, solamente tenía un mes cuando comenzó esta historia. Ya han pasado 18 años, si los perros viven 7 años por cada uno de los humanos, el Bandido tiene ¡126 años!

Inició su vida con nosotros el señor Bandido y nos robó el corazón. A medida que fue creciendo, más nos convencía de que era casi humano. Eran múltiples las gracias y las muestras de inteligencia que día a día nos brindaba este fiel amigo, devolviéndonos el cariño que le dábamos multiplicado muchas veces.

Tengo un ahijado americano de apellido Ramírez, el cual trajo una vez una cámara de video y captó las mejores gracias del Bandido. Este video amenizaba todas las fiestas y reuniones de mi ahijado, así fue como el Bandido se convirtió en artista internacional en Estados Unidos.

Entre las tantas historias, se cuenta que cuando uno decía:“gato”, el perro salía disparado como loco al jardín ladrándole a cualquier cosa que se moviera, aunque fuera una hoja barrida por el viento. Entre sus gracias máximas, mi hijo Alejandro lo hacia hablar, y tomándolo del hocico el perro decía: “Agua, mamá, papá, guagua” y algunos otros vocablos. No era raro que algunos niños del barrio se acercaran a la puerta del jardín con la intención de escuchar hablar al cuadrúpedo.

También confeccioné con un alambre, un círculo recubierto con papel dorado simulando llamas de fuego, el Bandido saltaba de un sillón a otro por el centro del círculo una y otra vez. También cuando yo conversaba con algunos amigos y decía hay que bañar al Bandido, el perro se levantaba y se dirigía al baño apoyando sus patas en la tina y esperaba. Cuando le decíamos:” muerto”, se dejaba caer al suelo inmóvil y no movía ni los ojos. Al salir de paseo era el primero en subir al auto y se acomodaba en el asiento delantero al lado del conductor y no había forma de sacarlo se ese lugar.

Lo único que lo enfurecía, era cuando alguien lo trataba de correr con el zapato cuando estaba echado…entonces se convertía en un tigre. A un amigo de mi hijo Nelson, al señor Kramer, se la hicimos un par de veces, le decíamos: “empújalo con el pie que no hace nada, es muy mansito…” casi le come el zapato. El señor Kramer era un poco tímido y la furia del bandido le propino un buen susto.

Solamente una vez el perro Bandido cometió un error: fue en mi cumpleaños número 70. La casa estaba llena de familiares y niños pequeños que corrían por todas las piezas jugando con él. En una de esas correrías, el perro chocó con un niño llamado “Coto”, mordiéndole el dedo. Por suerte el perro estaba vacunado y no paso a mayores. Por este pequeño “condoro” le aplicamos la ley del hielo por varios días y, seria la única mancha en su flamante hoja de vida.

En la vida sentimental, al Bandido le conocimos una sola mina, su nombre era “Muñeca”. Con ella fue padre en dos ocasiones, la primera vez tuvieron 6 perritos y la segunda fueron cuatro, muy similares al papá. Hace un par de años quedó viudo ya que la Muñeca pasó a la otra vida. También tuvo un solo amigo, un perro negro de la calle que siempre lo esperaba a que saliera a la reja para copuchar un rato, este quiltro tenia de ídolo al Bandido. Pero nuestro perro era medio clasista así que después de un rato le soltaba el remolque y se sentaba a pensar en otra cosa.

La casa está llena de fotos del Bandido, es un gran amigo y un mejor compañero. Hay quienes dicen que los perros no piensan, pero yo creo que si lo hacen, ya que conocen nuestros estados de ánimo, nos cuidan y sufren por nosotros, por eso yo siempre digo que el Bandido es casi humano.

El Bandido además es un perro educado, jamás entra a pedir comida cuando estamos en la mesa, se retira al patio esperando a la mamá para su alimento y no come hasta que quien le da la comida se retira.

Yo tengo una acordeón, a veces en las tardes toco un rato y el único que se ubica frente a mi es el Bandido, por lo que creo que además le gusta la música, pues nunca se retira si estoy tocando, gracias Bandido por tu paciencia.

Pero nada en la vida es eterno y faltando pocos días para el 2007 el perro Bandido se ha convertido en un viejo decrépito, que apenas camina. No se mueve mucho, está ciego y sordo y pasa mucho rato inmóvil, como pensando. Pasa la mayor parte del día acostado en su casita, en su juventud toda la casa era para él. Nunca se subió a los sillones ni a las camas, ni nunca mordió a nadie (salvo el pequeño incidente narrado anteriormente).

Ésta es la historia del Bandido y es el homenaje de la familia Martínez a un perro fiel, leal, cariñoso y valiente: “Bandido, perro amigo, el tiempo nada sabe de sentimientos… sólo pasa". Cuando te veo solitario caminar, con paso cansino y con tanta dificultad, se me parte el alma, la vida siempre cobra y ahora te pasó la cuenta. No quiero contar esta historia y relatar un trágico final, la vida cobrará su precio tarde o temprano y la pena y la tristeza se quedara con nosotros para siempre.

Gracias querido y fiel amigo.

Cuanto más conozco a los humanos... más quiero a mi perro.

El Jefe

Friday, December 08, 2006

1985, Viña del Mar: La Luz al Final del Túnel

Hace muchos años, en Viña del Mar ocurrió una tragedia. Específicamente en Reñaca. La causa fue un aluvión en el estero del mismo nombre. Como consecuencia del temporal de viento y lluvia que azotó la ciudad, además de la acumulación de basura y escombros, se formó un dique en las quebradas superiores que alimentan el estero, el cual vierte sus aguas en el mar.

Producto de este aluvión que arrasó los bordes y calles aledañas al estero, mi cuñado Italo Bavestrello, que tenía unas cabañas en la calle Balmaceda, paralela al estero, se vio afectado por el agua y el barro, el cual llegó a la altura de las ventanas. Una semana después de esta tragedia, fui con mi señora, con mi hijo Alejandro y un amigo de él, para ayudar a despejar el barro y limpiar el patio. Terminada la jornada en la tarde, poco antes de ponerse al sol, regresamos a nuestra casa en Valparaíso. Al salir por el puente Reñaca, camino hacia Las Salinas, mi señora me pide que me detenga un rato al costado del camino para bajar un rato a la playa las Cañitas, que estaba unos 30 metros más abajo. Era una tarde muy agradable, no corría viento y el mar estaba tranquilo y sereno.

Mi señora bajó a la playa acompañada de Alejandro y su amigo. Los muchachos corrían por la arena e intentaban subir a unas rocas, mi señora se quedó en la orilla vigilándolos. Como yo estaba un poco cansado, preferí quedarme en el auto. Pasaron algunos minutos y escuché los gritos de mi señora advirtiendo a los muchachos que bajaran de las rocas, las cuales quedaban cubiertas por el agua al reventar las olas que mansamente se retiraban sin peligro aparente. Sin ninguna razón salí del auto y, como no veía ni las rocas ni la playa, comencé a pensar en la desgracia que ocurriría si una ola más violenta y de mayor volumen de agua botase a los muchachos de la roca y en su retroceso los internara mar adentro.

Yo soy un pésimo nadador, por lo tanto me asusté y comencé a preocuparme. Se apoderó de mí una fuerte sensación de peligro. Algo me ordenaba que bajara a la playa rápidamente. No me explico porqué, pero comencé a caminar hacia donde sentía reírse a los muchachos. De pronto se produjo un silencio y mi angustia fue real. Comencé a correr hacia la playa sin ver ni escuchar nada. De repente sentí el grito angustiado y lleno de horror de Alejandro: “¡Papá, mi mamá se cayó al agua!”

Veo todo negro, corro desesperado los últimos metros. Salto a la playa y me dirijo hacia las rocas. Esto es lo que vi: en realidad no vi nada, ya que una ola mucho mayor había reventado sobrepasando las rocas y formando un torbellino de agua y arena llena de remolinos. Cuando la ola comenzó a recoger yo salté por intuición a una especie de poza que se había formado. Pasaron unos instantes y entre la espuma divisé el chaleco rojo que vestía mi mujer. Me agaché desesperado y, como pude, la tomé de la ropa y la levanté. En ese momento Alejandro saltó al agua y entre los dos la afirmamos hasta que recogió la ola y logramos sacarla del agua.

Regresamos caminando muy despacio por la arena y subimos el sendero que nos conducía al auto. No hablamos, todavía estábamos asustados y completamente mojados. Nos sacamos los zapatos llenos de arena, nos secamos un poco y emprendimos el viaje de regreso, que fue eterno. Por fin llegamos a nuestra casa, nos bañamos con agua caliente, nos cambiamos ropa seca y conversamos una y otra vez de lo que nos había sucedido. Nos contó mi señora que mientras estuvo sumergida, nunca sintió miedo ni dolor, por el contrario, sintió mucha paz y vió una luz celestial al final de un túnel por el cual ella viajaba. Pasaron muchos días en que dormir era una pesadilla; pero lo fuimos superando y ahora sólo es una anécdota que relato para ustedes.

Años después, el Dr. Andrés Barros, mi jefe y amigo, experto en asuntos paranormales, que conocía esta historia, publicó en el diario la Estrella de Valparaíso parte de esta anécdota. Un buen día, llegó a nuestra casa una periodista de TVN, del programa dirigido por Carlos Pinto: “El día menos pensado”. Quería entrevistar a mi señora por su experiencia cercana a la muerte.

En esta entrevista, mi esposa le relató a la periodista lo ocurrido aquella tarde el la playa las Cañitas. Cómo fue la experiencia de haber estado sumergida y sin poder respirar durante varios minutos; sin tener nunca miedo, ni la más leve sensación de pánico. Narró su viaje por un túnel muy hermoso, lleno de luz y música suave que invitaba a seguir por el cual se dejaba llevar llena de felicidad y una dicha inexplicable. Ella quería seguir hacia esta claridad maravillosa que había al final del túnel. Pero yo la rescaté regresándola a este mundo de penas y alegrías, de dichas y sufrimientos… Estaba escrito que ella no podía dejarnos todavía.

Mis hijos nunca hubieran sido los mismos sin el cariño, la fortaleza y la ayuda que ella siempre les ha brindado. Sin este pilar, nuestra familia se hubiera derrumbado.

La vida nos puso en este trance y todavía no me explico cómo sucedió. Lo más asombroso que recuerdo es que, pese a estar bajo el agua un instante, mi esposa nunca tragó agua ni se desesperó. Yo siempre le bajé el perfil a esta historia y nunca comenté lo ocurrido. Han pasado más de veinte años, creo que es el momento de contar esta extraña anécdota.

Gracias Ely por estar todavía con nosotros.

El Jefe